Disculpad por abandonaros tanto tiempo, últimamente tengo demasiado trabajo como para escribir y hasta mediados de verano no creo que tenga un respiro. Tengo algo de material breve, que iré publicando. Por lo pronto os dejo un artículo de divulgación política sobre La Tercera República escrito por mí mismo y dirigido a los medios de contrainformación.
La finalidad de este artículo es divulgativa. Es una manera de responder, de forma sencilla, a todas esas preguntas o reparos que presenta la gente, a nivel general, cuando se habla de República. Puede resultar obvio para muchos pero desgraciadamente, la mayoría de la gente aún no ha acabado de comprender las ventajas que nos aporta la República, desde un nivel personal a uno económico.
La idea es crear un texto de referencia, que todo el mundo pueda comprender, y en el que se responda de manera directa, más o menos completa, a las preguntas más comunes.
La principal motivación es la democrática.
Todo pueblo, para vivir en democracia, tiene que elegir a sus representantes. Eso como mínimo. Y no hay mayor representante que el Jefe de Estado. No se puede hablar de democracia en un país que no elige a su Jefe de Estado, aunque su papel fuera meramente testimonial, que no es el caso, ya que se trata del mando supremo de las Fuerzas Armadas, nada menos.
Resulta cuanto menos preocupante que las Fuerzas Armadas obedezcan en última instancia, a un cargo no democrático, al que nadie vota, y al que no se puede revocar normalmente.
Después de todo, en una monarquía no hay ciudadanos, sino súbditos.
Menos tolerable aún es el hecho de la designación del cargo, que en la monarquía es por vía hereditaria, como si los genes de nuestro monarca fuesen acaso mejores que el de cualquiera de sus súbditos. Salta a la vista que la genética de nuestra familia real no es mejor que la de cualquier otro, si acaso peor, por el tema de la endogamia, pero no es algo que convenga tratar.
Tampoco es adecuado pensar en designaciones divinas a estas alturas, bien entrado el siglo XXI. La única designación fue la de Franco al elegir heredero.
Si la monarquía fuese electa de algún modo, como de hecho lo ha sido en algunas monarquías medievales, la cosa tampoco sería mejor. Los cargos vitalicios no son democráticos, en 40 años la gente puede cambiar de opinión muchas veces.
Además, quien pudiera “votar” a nuestro actual monarca, allá en el 78, tiene actualmente como mínimo 57 años. En nuestro país la media de edad está en 41 años.
También hay que recordar el periodo delicado en el que se produjo la consulta, el temor en el que se encontraba sometida la población, y la coacción que suponía volver a la dictadura franquista en caso de votar NO. Lo que se votó no fue la instauración de la monarquía como forma de Estado sino la Constitución Española al completo, con la familia real como “un mal menor” que asumir por algo más de democracia.
Sobre el papel del monarca en el “golpe de estado del 23-F” mucho se ha escrito y todavía queda. Todo parece indicar que la versión oficial hace aguas, que muestra contradicciones, y todas las teorías alternativas pasan por contrarrestar esa heroicidad que se le atribuye. No es cuestión de dar ninguna por válida ahora mismo. Aun tomando como cierta la versión oficial, eso no es suficiente motivo para mantener de por vida a una persona en un cargo público de tal relevancia.
No es tiempo para mesías, no lo fue hace 30-40 años y ahora aún menos. En un sistema democrático la gente no es gobernada por aquel que realice las mayores hazañas (o las invente, como en pleno medievo, vaya), sino por aquel que elige en base a ideas y programas.
Si ya es triste que la gente se deje llevar por historias (ciertas o no) que condicionen su vida política, más triste aún es pretender convertirlo en ley del Estado.
El aspecto económico, mencionado después de todo lo anterior no parece muy relevante, pero es uno de los últimos “argumentos” a los que se aferran los monárquicos para justificar su sistema anacrónico e injusto: “¿Qué más da Monarquía o República? Si nos va a costar lo mismo.”
Pues no, no da lo mismo. En primer lugar por todo lo que ya hemos dicho y bastantes cosas más que no se han mencionado. En segundo lugar porque el presupuesto no debe ser el mismo, al contrario, la lógica simple nos hace pensar que el gasto se reduciría. De hecho, en una República Presidencialista el cargo de Jefe de Estado y el de Primer Ministro recaen en una misma persona.
Ejemplos de repúblicas presidencialistas sobran, de cualquier signo. Desde EEUU a Venezuela, prácticamente en todo el continente americano encontramos repúblicas presidencialistas. Como todo, tiene sus pro y sus contra, ese es un debate aparte que debe resolver la ciudadanía.
Por supuesto, la instauración de una República no debería eliminar tan solo los privilegios de la Casa Real sino todos los de la nobleza que pervive a su amparo, parasitando el presupuesto a costa de mantener tierras sin cultivar y evadir impuestos. Todos los bienes obtenidos de forma improcedente deberán ser expropiados y puestos al servicio de la población, sobre todo en el caso actual de grave crisis económica y situación alarmante de desempleo.
No es de recibo mentar a la figura del rey como símbolo de unidad. Sobre todo cuando la izquierda lo rechaza por definición (o debería, si es consecuente), y para los nacionalistas periféricos es un símbolo superior de opresión.
Tampoco es lógico utilizarlo como estandarte contra la corrupción. No son pocas las veces que he escuchado “mejor tener al rey que a un político corrupto”. Eso, aparte de ser una falacia de campeonato, es poco realista. Los casos de corrupción que salpican directamente a la Casa Real, se encargan de desmentirlo, cada vez con más evidencias.
Dejando un lado su escandalosa vida personal (que nada tiene que ver con esto), tampoco son justificables algunos privilegios como su inviolabilidad jurídica o la poca transparencia de sus ingresos. Esto último es algo preocupante, teniendo en cuenta que llegó con una mano delante y otra detrás y actualmente es una de las mayores fortunas del país.
En conclusión, la monarquía como forma de estado se encuentra totalmente fuera de lugar en nuestros tiempos. Es anacrónica, injusta y profundamente antidemocrática. Ni a nivel teórico y bienpensante es aceptable, a nivel práctico resulta aún más deleznable.
¿Es la República la solución a nuestros problemas?
La República, por sí sola, desde luego que no. Es una solución, una de muchas, y atañe sobre todo a nuestra dignidad, social y personal; pero no es ni de lejos la única. Además, es una ocasión fabulosa para sacar a colación otras muchas cuestiones que lastran nuestra política desde hace años al no aplicar solución y que no se han resuelto por el blindaje que se aplica a la Constitución.
La República es condición necesaria, pero no suficiente. ¡Pero necesaria, insisto! Y al parecer, una de las más inmediatas.
Lotto Córdoba
-Guión para oradores republicanos en tiempos de crisis monárquica, por Antonio Romero.
Un excelente artículo que completa, con ejemplos concretos, todo lo expuesto y aborda muchas más cuestiones. Imprescindible para el que quiera seguir leyendo sobre el asunto.-Intervención sobre la República, por Julio Anguita (video).
Más antiguo pero igualmente imprescindible, de una de las mayores voces republicanas de nuestro país. Uno de los análisis más completo y didáctico de todos, comenzando con una lección de historia.