jueves, 13 de marzo de 2014

La Luz


Relato metafórico con la apariencia de Ciencia-Ficción. Forma un díptico experimental con "La Sombra", de terror surrealista. Sin embargo, ambos son totalmente independientes argumentalmente. Abiertos a posibilidad de secuelas.

La Luz es lo más parecido a la lejía que te puedas imaginar.
Cuando apareció por primera vez, yo todavía vivía en Córdoba y mentiría si dijera que no influyó en mi decisión de mudarme al Norte. No se trata solo del efecto placebo, aunque en la escala terrestre estos ochocientos kilómetros suponen una diferencia mínima, las consecuencias aquí son mucho más suaves. Los países atrapados entre los trópicos se han vuelto totalmente inhabitables y todos sus habitantes han sido evacuados o han fallecidos. Solo resisten algunos científicos y militares en bases especialmente habilitadas y ninguno permanece más de una semana seguida, por seguridad.
Ahora el efecto es mucho más fuerte e incluso el aire se enrarece cuando pega fuerte, pero al principio todo se reducía a un inmenso flash. Como si todo el cielo fuese un foco gigante, mucho más grande que la Tierra. Los científicos creen saber a qué se debe, pero a algo tan lejano y gigante es muy difícil ponerle solución, a menos que se dediquen a fabricar naves espaciales como locos y salgamos todos pitando.
Antes La Luz aparecía durante menos tiempo y de forma mucho más espaciada, lo que nos permitió ponernos a salvo a partir de la segunda ocasión, pero la primera me pilló casi de lleno.
Salía como cada día a sacar a mi perrita, eran las doce de la noche de un día de agosto y aunque hacía bastante calor no era algo extraordinario.
Nada más salir del porche me sorprendí por la iluminación del cielo, tenía un color anaranjado propio de las noches de San Juan. Lo achaqué a la contaminación lumínica de la ciudad y la polución pero me seguía resultando algo sorprendente.

La perra echó a correr, como solía hacer, por el porche del bloque de pisos. Quería jugar y aunque yo no estaba por la labor, no tuve más remedio. Cuando por fin la alcancé levanté la vista al cielo y tenía un color mostaza aterrador. No había más luz, simplemente el fondo cada vez era más claro.
Entonces me fijé en el jardín, había bastante gente y no me había dado ni cuenta. En un rincón cinco o seis chavales miraban al cielo mientras bebían cervezas y hablaban a susurros, en un banco a mi derecha había una pareja abrazada y en silencio.

El cielo se iba volviendo cada vez más claro y cuando alcanzó una tonalidad gris casi blanca empezó a emanar luz. Al principio poca, pero el torrente de luz crecía de forma exponencial. En un par de minutos tuve que cerrar los ojos y echar andar hacia atrás, hasta que topé con el muro. Aunque tenía los ojos cerrados no veía negro sino rojo, como cuando te colocan una luz muy fuerte justo delante de la cara, solo que mucho más intenso. Es más, podría decir que la luz acababa filtrándose a través de los párpados y el rojo iba diluyéndose en un blanco que irritaba mis ojos, provocando que me agachase en el suelo y me escondiese la cabeza entre los brazos.

Todo eso duró lo mismo que tardó en llegar. Las molestias pararon en menos de un minuto pero tardé bastante en volver a abrir los ojos, en parte por miedo. Cuando lo hice, me costaba mucho ver a mi alrededor, como si hubiera entrado en una habitación oscura desde el exterior en un día soleado. Tardé mucho en acostumbrarme porque la luz cada vez era menor y no se compensaba con la adaptación de mi pupila. Al fin vi lo suficiente como para poder moverme.

Lo primero que hice fue buscar a mi perra. Estaba justo a mi lado, sonriente y meneando el rabo. Parecía que aquello no solo no le había afectado, sino que le había divertido.
Cuando pude ver un poco más allá distinguí a la pareja del banco, abrazados y dormidos uno junto al otro. Eso me me enfadó por un momento, pensé que podía haber sufrido algo que me hizo perder el conocimiento durante un rato y aquella gente no me había intentado socorrer. ¡Se habían dormido como si nada! Por muy enamorados que estuvieran tenían que haberme visto.
Luego vi al grupillo de chavales y lo entendí todo. Estaban tirados en el suelo, inconscientes y las botellas aún estaban medio llenas, por lo que descarto que la causa fuese una borrachera.

Por último miré los árboles, sus hojas… ¡estaban blancas! ¡Totalmente blancas! Y la ropa de aquella gente… ¡se deshacía solo con tocarla! Todos los tejidos se habían vuelto tan delgados como un folio.

Por suerte, toda aquella gente sobrevivió, aunque ello significase problemas de visión de por vida para todos ellos y daños cerebrales para algunos. El enamorado utiliza silla de ruedas desde entonces y por lo que supe, su novia ciega lo había dejado. Una pena.
También fue una suerte que a la perrita no le pasase nada. Hoy sabemos que La Luz ha extinguido varias especies animales ya y por supuesto, ha erradicado a todos los perros callejeros, junto a los mendigos.

Tampoco hay polvo desde que existe La Luz, ni nubes. Los árboles y las plantas más o menos resisten, pero han muerto todos los hierbajos, cosa rara. Tampoco nos visitan las moscas ni otros insectos y el agua de los arroyos se puede beber porque no tiene microbios.
La Luz es como la lejía: lo deja todo más limpio, más sano y más muerto. Solo deja el hueso.

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